lunes, 5 de mayo de 2008

Foca intento aparearse con pingüino


Una foca peletera antártica intentó aparearse con un pingüino rey,
un caso inedito entre especies distintas.

Científicos sudafricanos filmaron el incidente, que duró 45 minutos, y lo reportaron en la revista especializada Journal of Ethology. Los expertos acometían una misión de estudio de la foca elefante cuando se sorprendieron al ver a una foca peletera antártica de 100 kilogramos tratando de someter a un pingüino de 15 kilogramos.

La foca alternaba entre reposar sobre el pingüino y empujar la pelvis para copular, aunque sin éxito. Este se considera el primer caso filmado de un mamífero tratando de copular con otra clase de vertebrado como un ave, un pez, un reptil o un anfibio.

miércoles, 23 de abril de 2008

Poesia y Prosa callejera

Los Perros callejeros
Por Luis Enrique Belmonte*
Los perros callejeros viven en una ciudad que les es hostil. Aún así, un perro callejero no cambiaría las aventuras de la intemperie citadina por la comida segura que le pudiese brindar una perrera municipal o un refugio para perros. Quien haya estado alguna vez en uno de esos lugares que intentan “rescatar” a los perros de la mala vida se darán cuenta que hay algo triste y opaco en la mirada de estos canes: es la añoranza de aquellos días en que andaban realengos, entre montones de basura, rondando por las carnicerías, cruzando peligrosas autopistas o arrancando vistosas flores de un primoroso jardín.

La vida de los perros callejeros está llena de riesgos. El hambre es, después del hombre, su principal amenaza. Ha de salir a buscarse la comida, y comida hay en todas partes, pero no para él. Los perros miran cómo los comensales degluten y eructan detrás de las vitrinas, y esperan una señal, una oportunidad para compartir el banquete; pero por lo general esto no ocurre, pues los mesoneros, otra especie que les es adversa, salen a echarlos con insultos y escobazos. Esta parece ser una actitud usual hacia los perros callejeros.
En algunos sectores de Caracas consideran que la presencia de perros callejeros atenta contra el paisaje urbano, afeándolo, ensuciándolo, como si nos señalaran el lado más bárbaro y salvaje de la vida en contraposición al edén cívico al que aspiran los modernos proyectos de la urbe. Por esta razón existen municipios en los que los perros callejeros son detenidos o expulsados. Llama la atención que en algunas zonas de la ciudad la población de perros callejeros haya mermado significativamente durante los últimos años.
Tengo varias hipótesis que intentan explicar esta situación. La primera es que los hubiesen exterminado. De hecho, en muchos lugares del mundo se han organizado grandes matanzas de perros callejeros. En el 2001, en Bucarest, bajo el gobierno de Ion Ilescu, 100.000 perros callejeros fueron eliminados por orden del alcalde. Fue un delirio colectivo, pues la misma población participó activamente en la denuncia y captura de los canes. Se reportó el caso de una horda civil que irrumpió en el apartamento de un anciano que alojaba perros callejeros. El anciano fue golpeado, vilipendiado y sometido al escarnio público por esconder a esos elementos indeseables de cuatro patas que afean la ciudad. En Chile también son habituales las matanzas de perros, una de ellas ocurrida recientemente en el campo universitario de la Universidad de Santiago de Chile. Y en el 2006, en Shandong, China, nada más y nada menos que en el mismo año del perro, se sacrificaron 500.000.
Otra hipótesis que se me ocurre para explicar la significativa disminución de perros callejeros en este municipio podría ser que simplemente los perros callejeros, al sentir muy de cerca una seria amenaza para su especie, huyeron hacia otros municipios en busca de mejores oportunidades de vida. También podría considerarse que hayan sido capturados y vivan hacinados en perreras o en algún albergue para perros a las afueras de la ciudad, en donde sus vidas serían tan aburridas y descoloridas como es la vida en los reformatorios.

El destino de los perros callejeros suele ser el exterminio, la captura, el encierro, el arrollamiento, el envenenamiento, o la reproducción. En algunas ciudades han intentado incorporar a los perros callejeros a ciertas labores cívicas. Así, hay programas que intentan rehabilitarlos y convertirlos en perros policías, perros guardianes, perros lazarillos, perros terapeutas y hasta perros cantores. Todos estos intentos buscan más o menos lo mismo: hacer del perro callejero un ser productivo y responsable, y si es posible que pague sus impuestos. Pero se olvidan que cuando esto sucede el perro en cuestión dejaría de ser perro callejero para convertirse en funcionario público.

Ya que hemos tocado el tema del destino de los perros callejeros, sería oportuno hablar del origen de los perros callejeros. Imaginemos lo siguiente. Un perro vive en su casa, tiene comida y un hueso para jugar. Cuando le dicen que mueva la cola lo hace y se gana el cariño de sus amos. Cuando le dicen que ladre a un mendigo o a cualquier intruso que se esté acercando demasiado a la cerca, lo hace con justo sentido del deber y entonces le dan como recompensa una pelota para que la muerda y se divierta. Su vida parece segura y feliz. Es, por decirlo de alguna manera, un perro civilizado y sin complicaciones.
Ambroise Bierce lo define como “una especie de Divinidad adicional o suplementaria, destinada a recibir el excedente del fervor religioso del mundo. Este Ser Divino, en algunas de sus encarnaciones más pequeñas y sedosas, ocupa en el corazón de la Mujer el lugar a que ningún hombre aspira. No trabaja ni hila, pero Salomón en toda su gloria jamás yació todo el día en una estera, engordando al sol, mientras su amo trabaja para poder comprar un ocioso meneo de la cola salomónica y una mirada de tolerante reconocimiento”. Se trata de ese perro que, según Baudelaire, luce “tan encantado de sí mismo que se lanza indiscriminadamente a las piernas o a las rodillas del visitante como si estuviera seguro de agradar, turbulento como un niño, necio como un pirojo, a veces arisco e insolente como un criado”.
Pues bien, este perro doméstico, de repente, sin explicación alguna, se encuentra en la calle. Puede ser que haya sido expulsado por sus amos, quienes se fueron de vacaciones y prefirieron abandonarlo. Puede ser que haya recibido una brutal paliza y se cansó de los malos tratos. Puede ser que se haya extraviado mientras daba un paseo. Puede ser que haya brincado la cerca, persiguiendo a un gato, a un ratón o a un rabipelao, y luego no haya encontrado el camino de vuelta a casa. Puede ser que haya pasado un mendigo y se sintiese atraído por el vagabundeo y la vida libre.
Lo cierto es que está solo en la calle y que tiene miedo, pero hay algo en él que lo hace sentirse despojado del peso de la servidumbre, un ansia por recorrer callejuelas y vivir sin ataduras, sin horarios, sin amos, sin explicaciones. Además, las luces y los olores de la ciudad le hacen saber que el mundo es mucho más grande y excitante que el jardín o el apartamento en donde vivía. Sigue adelante y saca su instinto de supervivencia y aprende muy pronto que del hombre se puede confiar muy poco. Por eso, sobre todo en los lugares más inhóspitos, se junta con otros perros y forman una pandilla de perros callejeros.
Recuerdo haber escuchado que una banda de perros asaltó el zoológico de Guernica en Buenos Aires y se comieron a una cebra, un ñandú y varias aves, incluyendo un par de garzas moras. Este hecho ocurrió, curiosamente, durante las celebraciones del Día del Niño. Claro, no todos los perros callejeros andan en pandillas. Muchos prefieren, por convicción, andar solos y negociar su comida con algún buen carnicero, mendigo, anciana compasiva o sepulturero. Andan como camuflados en las gasolineras, las entradas de metro o alrededor de los teatros municipales, y duermen en los parques, en las plazas o en algún lujoso portal si es que logran congeniar con los vigilantes nocturnos.
Luego vienen los amores perros y se mezclan las razas. Nacen nuevos perros callejeros que nunca han conocido un hogar y que nada saben de pedigrí ni de supremacía racial. Porque el hombre ha impuesto el racismo canino, y así se estima más a un perro que a otro por su estirpe. En la vida de los perros callejeros ningún perro es superior a otro por su origen genético. Se trata de una sociedad que se rige por las leyes de un auténtico tribalismo democrático.
El perro callejero es pariente muy cercano del perro de taller, el de cementerio, el bandolero de carreteras, el de hospital y hasta del perro playero. A pesar de que nadie los ve, o nadie los quiere ver, la existencia de los perros callejeros refleja el grado de sensibilización y humanización de una sociedad. Quien no quiera a un perro callejero no es gente civilizada. Una ciudad sin perros callejeros es una ciudad desalmada.
Termino con un canto al perro callejero, escrito, otra vez, por Baudelaire: “Canto al perro sucio de barro, al perro pobre, al perro sin domicilio, al perro vagabundo, al perro saltimbanqui, al perro cuyo instinto, como el del hombre, el del bohemio o el del histrión, está maravillosamente aguijoneado por la necesidad, esa madre tan buena, esa verdadera patrona de las inteligencias”.
¡Vivan los perros callejeros!.-
Caracas 24 de Septiembre de 2007
*Poeta venezolano (1971), Lic. en Psiquiatria. Publicaciones: Cuando me da por caracol (Merida, Mucuglifo, 1997), Cuerpo bajo la lampara (Premio Fernando Paz Castillo 1996), Inutil registro (Premio Adonais, Madrid, Rialp, 1998) y Paso en falso (Merida, Mucuglifo, 2004).

jueves, 17 de abril de 2008

ECOPanas


Encuentro con una pata amiga...buena compañia para caminar
Foto: Andreina Mujica

Foto carnet


Yo doy la cara...y tu?
Foto: Andreina Mujica

Coco Chanel


Perro en dos patas
Foto: Andreina Mujica

ECOpanas


El reptil mas pequeño de la tierra intenta cruzar una acera en Caracas
Foto: Andreina Mujica